Te llamaré viernes
Era
un viernes 16 de mayo, me encontraba en un bar rodeado de gente extraña. El
olor a café distraía mi mente, los aires difíciles de respirar hasta
entonces se volvieron dulces de repente. Mis sentidos comenzaron a captar cada
esencia que el lugar me transmitía. Cada quien trataba de desocupar su mente
con algo diferente. Unos charlaban, otros estudiaban, otros tan solo saboreaban
el buen sabor de un cruasán, mientras que otros tantos se dedicaban a evadirse
de su propio mundo con un libro. Me fijé en el chico sentado en la mesa de mi
izquierda, su chocolate caliente se había vuelto sólido a la espera de ser
consumido; su total atención estaba puesta en un atlas de geografía humana,
lo que llamó mi atención.
Seguí
en la búsqueda de nuevas sensaciones. Fue entonces cuando mis ojos se quedaron
clavados en aquella chica del fondo del bar. Era pelirroja, parecía tener una
tez clara, la tenue luz que la rodeaba la hacía parecer interesante. En sus
manos coleccionaba cajetillas de tabaco, parecía estar creando castillos de
cartón, mientras mi imaginación trataba de comprender el fin de su juego.
Su peculiaridad hizo que me acercara hasta ella.
Sus
ojos verdes se clavaron en mi cuando le pedí sentarme a su lado. Me quedé
sorprendido ante su seca reacción. Su apariencia me había engañado, o eso es lo
que creí entonces. Traté de hacer que la barrera que había surgido entre los
dos fuera desapareciendo, me presenté, quería que ella también lo hiciera. Tenía
curiosidad por conocerla, y cuando me propongo algo me agrada conseguirlo.
Comenzamos
hablando de café, mientras nuestras manos rodeaban una taza llena de este. Su
sonrisa iba apareciendo por momentos, dejándome anonadado, la suya era la
sonrisa más bonita que había visto en mi vida, y solo deseaba hacerla reír para
poder contemplarla miles de veces más. La conversación continuó fluyendo, su
nombre, que había querido ocultar en un principio, me recordó a mi infancia, porque
Malena es un nombre de tango. Me recordó a todas las tardes que, de
pequeño, me pasaba con mi madre en su estudio mientras enseñaba a todos bailar
tango, feliz con cada uno de los giros que su cuerpo daba.
Me
contó su breve historia, una joven chica que había llegado perdida a la gran
ciudad, en busca de algo, quizás de sí misma, y dudaba de haberlo conseguido. Me
di cuenta de lo empuñado que su corazón estaba, le faltaba ser sujeto, cuidado y
mimado. El corazón helado de ella debía ser derretido, y quizás así su
breve historia comenzaría a expandirse con largos capítulos de su vida. Sería
yo su más fanático lector. Me imaginé, en cuestión de segundos, su sonrisa a
los lejos mientras leía y releía cada una de sus páginas.
Las
horas pasaron, lo cual me había parecido escasos minutos. Yo también me había
atrevido a contar de mí. Me escuchó, como cuando un niño se queda observando un
escaparate lleno de juguetes. La mesa comenzó a rebosarse de tazas de café caliente,
las personas se habían ido y otras nuevas se habían sentado, pero ya no captaba
todas esas esencias del principio, ahora todos mis sentidos se habían centrado en
aquella chica, sin querer asimilar que lo que esta tarde había conocido era muy
probable que no volviera a pasar.
No
quería despedirme, no quería tener que decirle adiós sabiendo que mañana yo
estaré en Italia y ella seguirá en Nueva York. No lo hice. Al salir fuera el
viento nos golpeó, el tiempo se había enfriado mientras nuestros cuerpos se
habían calentado en el local. Mis brazos envolvieron su cuerpo en un abrazo
mientras el dulce olor de su perfume se quedaba impregnado en mi abrigo. No
sabía que decirle ahora, un hasta luego sería una mentira porque 6460km separaban
nuestro próximo “hola”. Le di mi Instagram, con la esperanza de que una foto
suya pudiera calmar el ansia de querer volver tenerla cerca y seguir
conociéndola. Y se fue. Times Square se paralizó mientras ella caminaba en
frente mía, y yo la observé hasta que la perdí de vista al cruzar la calle. Y
me quedé allí, asimilando lo que esa tarde había ocurrido. Mi interior había
cobrado vida, aquella que creía haber perdido, y que solo Malena había
conseguido revivir.
Te
llamaré viernes Malena, y cada uno de los 52 viernes del año
me acordaré de ti, de tus pecas, tu pequeña estatura, tu sonrisa perfecta y en
mi mente imaginaré breves, o quizás largos, capítulos de tu historia que me
habría gustado conocer.
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